"El Balón de Materiá"
Estábamos en
víspera de Reyes y como casi todos los años, había pedido que me trajeran un
balón de “materiá” (era de cuero, pero al cuero que proviene del latín
curium(piel de los animales, curtida), le llamábamos "material"), bueno,
pues este balón, que llevaba más de dos meses viendo en el escaparate del
refino de “Pepa Lema”, que estaba en la calle Corredera baja, donde hoy se
encuentra la Floristería “La Carolina”, frente a Tejidos Jisol. El balón en
cuestión, se encontraba junto a otros juguetes de aquella época como podía ser
la tan deseada por las niñas “Mariquita Pérez”. Una muñeca de entonces que no
estaba al alcance de cualquier bolsillo.
Todos los días me iba a ver si seguía allí “mi regalo” y le decía a mis amigos: ¡ese, ese es el balón de reglamento que me van a traer a mí los Reyes Magos!. -de ilusión también se vive-.Aunque los chiquillos de ahora no se lo crean, la noche anterior al día más importante que teníamos los niños no había quien pudiera dormir esa noche. No se trataba de un día más del almanaque, era el día de los días, era el día de los niños, era el día de Reyes.
Como no podíamos dormir, de madrugada sentíamos los pasos de “los Reyes” y escuchábamos el ruido que hacen los papeles cuando se está desenvolviendo algún regalo. En el momento que se producía nuevamente el silencio de la madrugada, entendíamos que ya estaba “la suerte echada”, que ya había que levantarse y ponerse a jugar con lo que habías pedido, o te habían dejado.
En mi casa éramos cinco hermanos -todos varones- y cada uno dejábamos en un rincón del “salón-comedor” un papelito con el nombre de cada uno, para hacérselo más fácil a Sus Majestades. En el lugar que estaba puesto mi nombre “Paquito”, con letras grandes, había un paquete de caramelo, un esquí jama, una maleta de tela, un lapicero de madera, una caja de lápices de colores Alpino, de doce unidades. un bloc “pa” dibujar y el esférico que me había llevado un mes viendo en el escaparate. Le quité el papel que lo envolvía y no os podéis imaginar la sorpresa que me llevé. Lo que me habían dejado era una pelota de goma blanca. Os podéis imaginar los piropos que estuve todo el día dedicándoles a los tres magos de oriente.
Mi madre no quería ni levantarse, viendo el sofocón que yo tenía encima. ¡Esta pelota yo no la quería, yo quería el balón grande que estaba en el escaparate!. Como no tenía otra cosa para jugar, me puse a dar pelotazos por toda la casa, pero duró poco la “jugada”, se calló dentro del brasero, o mejor dicho, “la copa donde mi abuela Adela estaba calentándose los pies.”En fin, que los Reyes aunque sean Magos, también se equivocan, como se habían equivocado el año anterior, que pedí un caballo grande de cartón como los que tienen los retratistas de las ferias, pero con dos recipientes de barro y me dejaron una réplica de unos veinte centímetros de alto con sus dos cantaritos correspondientes. Menos mal que mi hermano el mayor, que tenía siete años, me “solucionó” el problema. ¡Titi!, ¿quiere que te ponga el caballo grande como tú lo quería?. ¡Sí, sí!, le contesté. Lo cogió y lo metió en el lebrillo de lavar las ropas y empezó a esponjarse y ponerse gordo y no vean lo contento que me puse. Al cabo del rato me dijo: ¿Está bien ya?. ¡Sí!. Lo cogí por la cabeza y me quedé con ella en las manos. Todo el caballo como era de cartón, se había desborronao y lo único que se salvó fue los dos cantaritos porque eran de barro. La magia de mi hermano, como la de los Reyes, tampoco había
Todos los días me iba a ver si seguía allí “mi regalo” y le decía a mis amigos: ¡ese, ese es el balón de reglamento que me van a traer a mí los Reyes Magos!. -de ilusión también se vive-.Aunque los chiquillos de ahora no se lo crean, la noche anterior al día más importante que teníamos los niños no había quien pudiera dormir esa noche. No se trataba de un día más del almanaque, era el día de los días, era el día de los niños, era el día de Reyes.
Como no podíamos dormir, de madrugada sentíamos los pasos de “los Reyes” y escuchábamos el ruido que hacen los papeles cuando se está desenvolviendo algún regalo. En el momento que se producía nuevamente el silencio de la madrugada, entendíamos que ya estaba “la suerte echada”, que ya había que levantarse y ponerse a jugar con lo que habías pedido, o te habían dejado.
En mi casa éramos cinco hermanos -todos varones- y cada uno dejábamos en un rincón del “salón-comedor” un papelito con el nombre de cada uno, para hacérselo más fácil a Sus Majestades. En el lugar que estaba puesto mi nombre “Paquito”, con letras grandes, había un paquete de caramelo, un esquí jama, una maleta de tela, un lapicero de madera, una caja de lápices de colores Alpino, de doce unidades. un bloc “pa” dibujar y el esférico que me había llevado un mes viendo en el escaparate. Le quité el papel que lo envolvía y no os podéis imaginar la sorpresa que me llevé. Lo que me habían dejado era una pelota de goma blanca. Os podéis imaginar los piropos que estuve todo el día dedicándoles a los tres magos de oriente.
Mi madre no quería ni levantarse, viendo el sofocón que yo tenía encima. ¡Esta pelota yo no la quería, yo quería el balón grande que estaba en el escaparate!. Como no tenía otra cosa para jugar, me puse a dar pelotazos por toda la casa, pero duró poco la “jugada”, se calló dentro del brasero, o mejor dicho, “la copa donde mi abuela Adela estaba calentándose los pies.”En fin, que los Reyes aunque sean Magos, también se equivocan, como se habían equivocado el año anterior, que pedí un caballo grande de cartón como los que tienen los retratistas de las ferias, pero con dos recipientes de barro y me dejaron una réplica de unos veinte centímetros de alto con sus dos cantaritos correspondientes. Menos mal que mi hermano el mayor, que tenía siete años, me “solucionó” el problema. ¡Titi!, ¿quiere que te ponga el caballo grande como tú lo quería?. ¡Sí, sí!, le contesté. Lo cogió y lo metió en el lebrillo de lavar las ropas y empezó a esponjarse y ponerse gordo y no vean lo contento que me puse. Al cabo del rato me dijo: ¿Está bien ya?. ¡Sí!. Lo cogí por la cabeza y me quedé con ella en las manos. Todo el caballo como era de cartón, se había desborronao y lo único que se salvó fue los dos cantaritos porque eran de barro. La magia de mi hermano, como la de los Reyes, tampoco había
funcionado.
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